miércoles, 7 de octubre de 2009

70 segundos antes del Knock Out y la Fiesta Inolvidable



A veces cuando se asiste a un recital o fiesta, y se pasa una excelente noche, es difícil establecer exactamente el porqué, ya que se suele dar una mezcla de factores poco identificables. En el caso de la clausura (en lo que respecta al 2009) del ciclo 70 segundos antes del Knock Out, el último viernes 2 en el Centro Cultural Castorera, estuvo muy claro. Es que sumada a esa exaltación de la libertad ya relatada previamente en este blog respecto de la primer fecha de este evento, hace casi un mes, la combinación de tres excelentes performances más un público con una histeria y excitación acorde generó un clima que rayó la perfección.
                El hecho de que se fusionara con el clima nocturno y festivo de un viernes, pues las bandas no comenzaron a tocar hasta las dos de la mañana, le dio un toque final a un cóctel explosivo que hizo detonar la cabeza de la mayoría de las personas que colmaron la capacidad del lugar. El ambiente se creó con esa rapidez particular creada por la expectativa de saber cómo sorprenderían los artistas. Y vaya que asombraron. 

                El puntapié inicial lo dio la gente de Tulús, un cuarteto que a base de una potente apuesta a los sintetizadores más unas voces pop pero agresivas y melodías amigables hacen recordar por momentos a las primeras épocas de Pez (de Ariel Minimal). Interpretaron algunos de los temas de su EP de 2008 (que lleva como título el nombre del grupo) y si bien tuvieron un show corto, hicieron un contrapeso muy bueno con las otras dos bandas y lograron entusiasmar a gran parte del público.
                Llegó luego el turno de los muchachos de capucha. Lo de Dietrich fue literalmente alucinante. La química que generan con la audiencia es admirable, al punto de que el acompañamiento rítmico de la gente con las palmas, aunque no es necesario, se torna natural. Mover la cabeza o el pie al compás de la música, algo tan normal en un concierto de rock, se vuelve un espectáculo cuando desde afuera se observa a una gran masa de personas moviéndose sin sincronización.

                Uno de los principales desafíos de las bandas que no tienen voz es lograr que la atención no se focalice en un instrumento. Otro, que las sensaciones producidas en quien las escucha trasciendan el momento de la canción. Dietrich supera ambos a la perfección. El sonido de su genial Interlaken puede perdurar repitiéndose en la cabeza durante días. La impresión de su estilo musical queda clara y entonces disfrutarlos es de lo más sencillo.
                La evolución de Pommez es asombrosa. Es notorio que están allanando el camino para desarrollar un futuro muy promisorio, lo cual hace que se los vea sin contracturas. No es posible hablar de que han llegado a la cúspide porque es inverosímil ver agotada la capacidad creativa del grupo, pero sin dudas expusieron uno de sus picos máximos en cuanto a ejecución y conexión con la audiencia. Los resultados de este proceso actual se verán, seguramente, con el lanzamiento de su nuevo disco hacia fin de año.

                Lo curioso con Pommez es que la irrupción de las voces en sus sets, algo quizá impensado hace años, no tiene nada de abrupto. Su incorporación fue paulatina, y aunque provocó impacto, la respuesta del público es cada vez más satisfactoria. A tal punto se dio esto el último viernes que en Weberwiese, un tema que contiene una evidente influencia de ritmos brasileños, provocaron un entusiasmo y ese sublime agite típico del rock.
                Los organizadores del evento, a la hora de promocionarlo, habían prometido un final en conjunto entre Pommez y Dietrich. Algo preparado (y no una improvisación entonces) a modo de conclusión del 70 segundos antes del Knock Out de este año. Lo que nadie hubiera supuesto es que iban a interpretar, luego de una breve introducción, una ecléctica versión de “Shout” de Tears For Fears. Quedó plasmado claramente el espíritu de colaboración entre los artistas que participaron en el ciclo y su intención de divertir a la gente, por lo que definitivamente fue la mejor forma de cerrar el ciclo. No quedará otra que, con ansias, esperar que el año del bicentenario traiga bajo el brazo una nueva versión de este magnífico espectáculo.



Fotografías: Agustín Giataganellis.


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